«La historia más triste que haya escuchado». Así describe el periodista Blaine Harden la historia que le relató Shin Dong-hyuk; el joven norcoreano que durante veintitrés años fue criado por sus carceleros.
Shin fue concebido como fruto de una relación impuesta a un hombre y a una mujer, ambos recluidos en el campo de prisioneros políticos de Kaechan. Ellos sólo sirvieron de padres biológicos, porque sus verdaderos progenitores fueron... sus carceleros.
El 19 de noviembre de 1982, Shin Dong-hyuk vino a la existencia para cumplir con una misión tenebrosa: delatar a todos aquellos que mostraran deseos de huir. A cambio, recibiría más comida y un trabajo más fácil. Éstas eran las reglas de su «hogar». Así, conceptos como «amor» o «amistad» fueron para él palabras perversas o carentes de sentido. Un día tuvo la oportunidad de ponerlas a prueba. Sucedió una noche, cuando inesperadamente escuchó a su «familia» preparar un plan de huida. Siete meses después, su madre fue ahorcada y su hermano fusilado.
Todo cambió cuando llegó un nuevo prisionero al campo. Este le contó, entre otras cosas, que la tierra era redonda y que existía... ¡la carne a la parrilla! El interés de Shin por conocer ese nuevo alimento —su comida habitual era maíz y col—, fue la salvación de su compañero y un incentivo adicional para alimentar su empeño por escapar.
En 2005, Shin Dong-hyuk huyó. Lo planificó cuidadosamente, aunque la mayoría de los detalles de la evasión se mantienen en secreto por razones de seguridad. Lo que sí sabemos es que su huida fue extremadamente peligrosa y arriesgada. Según el relato del propio Shin, este aprovechó un despiste de los guardianes para huir. Atravesó el río Tumen, que marca la línea natural entre Corea del Norte y China, y durante meses permaneció escondido, sin documentos ni protección legal, en una situación extremadamente precaria.
Al fin, encontró ayuda y logró llegar a Seúl, Corea del Sur, donde recibió asistencia de organizaciones humanitarias. Desde entonces, Shin Dong-hyuk ha reconstruido su vida y hoy colabora con una asociación norteamericana de derechos humanos.
Él ya está, físicamente, muy lejos del Campo 14, aunque psicológicamente todavía sufre por evadirse de la cerca interior que le impide vivir como un hombre libre. Sin embargo, no deja de repetir a quien le quiera escuchar: «La esperanza es lo que me mantuvo con vida. Fue la luz que brillaba en la oscuridad y me dio la fuerza para seguir adelante, a pesar de todas las dificultades y el sufrimiento».
Y añade también: «El miedo te hace débil, y el coraje es lo que te da fuerza para enfrentar cualquier cosa».
¿Acaso alguna vez no te has sentido encerrado en tu particular prisión? Esa prisión que tú mismo custodiabas con la ayuda de tus carceleros? «Frustración», «miedo», «soledad»; así los llamabas.
«La esperanza es lo que me mantuvo con vida. Fue la luz que brillaba en la oscuridad y me dio la fuerza para seguir adelante, a pesar de todas las dificultades y el sufrimiento».
En la historia de Shin Dong-Hyuk la esperanza y el coraje fueron dos aliados cruciales en su empeño por alcanzar la libertad; dos fuerzas transformadoras en medio del sufrimiento. Es la esperanza y el coraje de quien arriesga su vida por un futuro mejor, un futuro sin miedos. Porque, a pesar de las limitaciones brutales en las que Shin estaba inmerso, él no se rindió.
Esa actitud —la de quien no se da por vencido y persevera hasta hallar una salida, como sea—, fue la que estimuló una esperanza encendida, un coraje inquebrantable. «La esperanza es una de las cosas más poderosas que puede tener un ser humano. Sin esperanza, no habría escapado y no estaría aquí hoy», continúa Shin, convencido.
El anhelo por vivir en libertad fue la chispa que abrasó el corazón de nuestro protagonista. Es fascinante escuchar su odisea: ¡Cuánto poder tiene la esperanza! ¡Y qué lejos nos hace llegar! Hace tiempo, un amigo me explicó esta combinación reactiva entre el coraje y la esperanza; y lo hizo de un modo rotundo, definitivo. Me lo dijo con estas palabras: «La esperanza es el combustible que enciende el coraje, y el coraje es la fuerza que convierte la esperanza en realidad».
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