Algunos creían tenerlo todo y no tenían nada. Lograron ese triunfo, pero… del entusiasmo transitaron a una melancolía desconocida, persistente. Quizás, en el fondo de su corazón, deseaban otra cosa. Otros creían haber hecho lo correcto, a pesar de violar reglas y principios. Se engañaban a sí mismos. Con el paso del tiempo, el remordimiento les atenazó.
Unos y otros no supieron medir el éxito. ¿Y tú…? ¿Cómo lo mides? ¿Cuál es tu unidad de medida? Para muchos es la libertad financiera —el cálculo de una cuenta corriente abultada y perpetua—. Para otros, la salud es la medida —«nada funciona sin un fitness de campeón», dicen. Los hay que tasan el éxito por la calidad y/o el número de «amigos». Y siempre están los que ansían una posición de poder al precio que sea: el éxito lo miden por la posición en el organigrama.
Estas y otras muchas «medidas» del éxito tienen que ver con los VALORES. Sí, ya sé que el término está manoseado, que es un lugar común, hueco, que no dice nada o si dice algo es muy vago, anodino. Se habla de VALORES para todo. Incluso los subrayan en papeles estampados, adornados de hipérboles. Da lo mismo, a la hora de la verdad el término suena a estereotipo, no recibe atención alguna.
Sin embargo, los VALORES dan sentido y significado a la realidad hasta el punto de orientar el comportamiento de una persona o de un grupo. Así que, merece la pena romper el estereotipo —si es tu caso, cada uno tiene el suyo—, y reconstruir su auténtica razón de ser.
EL VALOR: ¿QUÉ ES Y CÓMO FUNCIONA PARA MÍ?
Lo conjugamos con 3 ideas: bien, importancia y acción.
1. Bien
Entendemos por bien algo que es material o inmaterial, real y objetivo, útil y bueno para una persona o un grupo. Por ejemplo: la bondad, la belleza, la verdad, la libertad, la familia, la seguridad… Todos ellos son bienes, y los configuro a través de mis creencias, de tal forma que son como un sistema operativo vital. Es decir, siento que mi vida funciona si las piezas —lo que soy, lo que tengo, lo que hago, cómo lo hago, mis sentimientos, mis necesidades… — encajan con el bien.
El bien es real, por supuesto. Tan real que está fuera y dentro de mí. Está fuera, porque lo admiro en otras personas, objetos o situaciones. Están dentro, porque me siento llamado a encarnarlo, a realizarlo.
Descubro el bien por medio de una operación intelectual: la abstracción; la facultad de extraer de un objeto, de una persona o una situación una cualidad o un rasgo concreto. Por ejemplo, imagina que estás en una situación en la que presencias como un grupo de individuos agreden a una persona en apuros. De pronto, aparece otra que la defiende a costa de su propia integridad. Pues bien, a través de un proceso de abstracción, soy capaz de separar el VALOR —la valentía, la compasión— del escenario en el que existe —el comportamiento de la persona que sale en defensa de la otra que está en peligro—.
Hablamos siempre de bien cuando ayuda a construir un comportamiento saludable, una sociedad mejor. Si no fuera así, estaríamos creando un contravalor: un bien corrompido que destruye. Aquí tienes algunos ejemplos de contravalor: la «libertad» sin restricciones, sin límites a la convivencia; la «justicia» sin seguridad jurídica; la «prosperidad» a costa de los derechos, las libertades y la dignidad de las personas.
Por lo tanto, un VALOR no es un bien relativo en cuanto a su vinculación ética. Sólo es relativo en la medida que decido hacerlo mío, o no.
2. Importancia
Lo decía J. de Finance en su Ensayo sobre el obrar humano: «Para que haya valor es preciso que sea reconocido y apreciado por el sujeto». Entonces, está claro: ¿cómo hago mío un VALOR concreto? Necesito percibirlo de un modo consciente y relevante.
Soy consciente de la existencia de ese VALOR, porque lo veo, lo identifico y atrae mi atención. Lamentablemente algunos viven en la inopia; no están entrenados para percibir y darse cuenta de todo lo que les rodea. Para ellos, los VALORES —los suyos y los de los demás—, sencillamente, no existen. Consecuencia: no prestan atención a lo que en la práctica, es importante, es crítico.
Aprecio un VALOR, me importa, porque creo que tiene un beneficio para mí; un beneficio duradero. Por ejemplo, mi vida personal (importancia intrínseca). Por ejemplo, un determinado libro puede tener poco valor percibido para alguien que no le interese el tema, mientras que para mí, ese mismo libro sí es importante (importancia personal). Y por ejemplo, la educación y su papel en el desarrollo de las personas y las comunidades (importancia colectiva).
3. Acción
Los VALORES aplicados —nada cambia sin la acción humana— me potencian y me desarrollan. Todos los bienes que he recibido —materiales o inmateriales—, mi proyecto vital, mis necesidades de todo tipo… se ordenan y se construyen desde los VALORES.
San Gregorio de Nisa decía que «… cada uno de nosotros, se hace por propia decisión… y somos en cierta forma nuestros propios padres, puesto que nos hacemos a nosotros mismos tal cual deseamos». (Vita Noysis).
En el fondo del corazón todos sentimos una llamada a crecer y a hacer vida nuestros más nobles ideales. En esto insistía Abraham Maslow: «En resumidas cuentas, el músico debe tocar, el pintor debe pintar y el poeta debe escribir, si quieren vivir en paz consigo mismos».
A la vista de todo lo anterior, aquí te dejo esta definición breve:
Un VALOR es un bien importante y duradero que empuja mi comportamiento, me potencia y me construye.
La vida pasa y se acorta, así que pregúntate:
· ¿Qué es lo que ya, a estas alturas de la vida, no puedo ni quiero hacer?
· Desde esta perspectiva, ¿qué es lo verdaderamente importante y qué no lo es?
· Entonces, ¿qué 3 acciones importantes quiero tomar hoy, de las cuales me sentiría profundamente arrepentido si las dejara aparcadas?
Este ejercicio sencillo —¡y muy poderoso!—, de preguntas y respuestas te ayudará a reconocer la medida de tu éxito.
Tómate en serio. Busca un tiempo y un lugar para sincerarte contigo mismo. Piensa que esto es mucho más que un simple cuestionario, es una llamada a la acción para dejar de perder el tiempo con estupideces. ¡Haz que tu vida funcione!
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